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viernes, 27 de mayo de 2016

UNA TARDE DE CAFÉ


Sin disfrutar la alegría del encuentro,  sin valorar la serenidad y paz del otro, dando lugar únicamente al pasado más triste o cargado de dificultades; opinando en el presente, como dueños de la verdad, constituye un acto soberbio y egoísta.

No es molesto recibir, en el momento oportuno, conceptos sobre la vida personal, maneras de actuar y sentir. Siempre se necesita una luz, una ventana diferente que abra más claro el horizonte. Es más, se debe ser agradecido ante la generosidad y la atenta palabra que brinda fe y aliento cuando más se necesita.
Pero cuando se es grande, cuando por fin llega el sosiego y las horas se visten de eterna tranquilidad, las voces disonantes, cuestionadoras, suenan inoportunas.

No es necesario recordar permanentemente, para mantener un diálogo, las distintas piedras que hubo en el camino; las heridas conocidas, pero que el tiempo ha cicatrizado. Quién se arroga ese derecho, necesita alimentar su ego, desea ver disminuido en sus logros al otro. Es un acto vil, ruin; es egocentrismo.
Le llaman preocupación. Ver a una persona solitaria, es por poco, como estar ante un ser extraño.

Entonces cargan todas las baterías de los esquemas adquiridos y las estructuras predeterminadas, socialmente correctas, para decirle al solitario, cuán sólo está, cuán difícil es y será su vida.
Avaricia pura por sobresalir. Y por qué no? Envidia. Sí, también envidia.
Envidia de la fortaleza de poder llevar la vida con alegría y paz. Envidia de no necesitar más, que la pureza del espíritu. Ser bueno; he ahí lo diferente. Bueno de corazón, sin mezquindades ni racionalismos teóricos que alejan el más común sentido de la vida: vivir y dejar vivir.
La soledad, tal vez para muchos, es una mochila pesada. Para otros, una opción de vida. Y para algunos una circunstancia o destino. También sabe ser una buena y fiel amiga.
“El rebaño” no lo soporta. No lo admite. Necesita interceptar en el modo de vida. Requiere subrayar la diferencia. Eso lo convierte en “normal”, pues integra la fórmula aceptada de vivir en sociedad.
Los años han permitido señalar que ante el invasor, por más consentimiento que haya obtenido, por más conocimientos que posea, se debe poner freno. Establecer el límite del “yo soy” es fundamental para evitar la angustia o desengaño que provoca recibir la vehemencia conceptual en la discrepancia u observación.

No más permiso a opinar, juzgar, intervenir en la vida personal.
Si una vez fue necesario para crecer y ser mejor persona, agradecer es de nobles. Pero también es digno que el otro reconozca el avance y los logros obtenidos en el camino de la vida, sorteando las más duras vicisitudes y pudiendo hoy mirar en alto con valor y honestidad.


Después de hoy, siempre hay un mañana.