No es
molesto recibir, en el momento oportuno, conceptos sobre la vida personal,
maneras de actuar y sentir. Siempre se necesita una luz, una ventana diferente
que abra más claro el horizonte. Es más, se debe ser agradecido ante la
generosidad y la atenta palabra que brinda fe y aliento cuando más se necesita.
Pero cuando
se es grande, cuando por fin llega el sosiego y las horas se visten de eterna
tranquilidad, las voces disonantes, cuestionadoras, suenan inoportunas.
No es
necesario recordar permanentemente, para mantener un diálogo, las distintas piedras que hubo en
el camino; las heridas conocidas, pero que el tiempo ha cicatrizado. Quién se
arroga ese derecho, necesita alimentar su ego, desea ver disminuido en sus
logros al otro. Es un acto vil, ruin; es egocentrismo.
Le llaman
preocupación. Ver a una persona solitaria, es por poco, como estar ante un ser
extraño.
Entonces cargan todas las baterías de los esquemas adquiridos y las
estructuras predeterminadas, socialmente correctas, para decirle al solitario,
cuán sólo está, cuán difícil es y será su vida.
Avaricia
pura por sobresalir. Y por qué no? Envidia. Sí, también envidia.
Envidia de
la fortaleza de poder llevar la vida con alegría y paz. Envidia de no necesitar
más, que la pureza del espíritu. Ser bueno; he ahí lo diferente. Bueno de
corazón, sin mezquindades ni racionalismos teóricos que alejan el más común
sentido de la vida: vivir y dejar vivir.
La soledad,
tal vez para muchos, es una mochila pesada. Para otros, una opción de vida. Y
para algunos una circunstancia o destino. También sabe ser una buena y fiel
amiga.
“El rebaño”
no lo soporta. No lo admite. Necesita interceptar en el modo de vida. Requiere
subrayar la diferencia. Eso lo convierte en “normal”, pues integra la fórmula
aceptada de vivir en sociedad.
Los años
han permitido señalar que ante el invasor, por más consentimiento que haya
obtenido, por más conocimientos que posea, se debe poner freno. Establecer el
límite del “yo soy” es fundamental para evitar la angustia o desengaño que
provoca recibir la vehemencia conceptual en la discrepancia u observación.
No más
permiso a opinar, juzgar, intervenir en la vida personal.
Si una vez
fue necesario para crecer y ser mejor persona, agradecer es de nobles. Pero
también es digno que el otro reconozca el avance y los logros obtenidos en el
camino de la vida, sorteando las más duras vicisitudes y pudiendo hoy mirar en
alto con valor y honestidad.
Después de hoy, siempre hay un mañana.