Buscar este blog

domingo, 29 de diciembre de 2019

CATARATAS DEL IGUAZÚ; OTRA MIRADA.

Las Cataratas del IGUAZÚ, “Agua grande”, (en lengua guaraní) se alimentan por las cascadas del Río que lleva su nombre ubicadas entre las fronteras de Argentina, Brasil y Paraguay.

Resultan de un fenómeno geológico producido por una falla en el Río Paraná hace más de doscientos mil años.
Los Parques Nacionales de Argentina y Brasil donde están insertas, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984 y 1986 respectivamente. 

Las Cataratas del Iguazú (“Agua grande”, en lengua guaraní)

Desde Uruguay las Cataratas están a unos 1.386 Kilómetros de distancia; a unas 20 horas en transporte carretero o más, según tránsito y estado de rutas. La otra opción es la aérea con vuelos que salen desde Montevideo hacia Asunción del Paraguay.
De los “eternos” viajeros de nuestro país y los no tanto también, debe haber muy pocos que hayan excluido este lugar como elección turística; único en el mundo, a pesar de la existencia de las Cataratas del Niagara, (EE. UU.- Canadá), Yosemite (EE. UU), Gullfoss (Islandia), Victoria (Zimbaue) entre otras.
No es mi intención aquí mencionar datos numéricos, históricos, geográficos que, aun indicando algunos, no hacen el motivo de recordarlos ahora.
Siempre sentí dudas en relación a la experiencia que la visita a las Cataratas del Iguazú me despertara. No sé por qué. Tal vez porque es uno de los paseos obligados de los viajeros uruguayos. Ello funcionaba en mi mente en forma inversa. Lejos de interesarme, me las mostraba como un producto turístico masivo. Un sitio visitado por miles de personas con su cámara fotográfica (“estuve en las Cataratas”; mira!) sin ninguna aporte movilizador, intelectual ni emotivo.
Pasó la niñez, la juventud… 
A la adultez y cuando ya vamos eligiendo viajes más cercanos a la residencia, y totalmente casual, se origina el tan comentado y postergado viaje a Foz de IGUAZU.
Para hacerlo, además de los insumos lógicos que requiere un viaje, se necesitaba una buena dosis de voluntad y energía física. Lo requieren las casi 24 horas de travesía de rutas hasta llegar al Paraguay, concretamente a Foz de IGUAZU, donde se encuentran los principales hoteles y servicios en general.
La primera parada en Misiones tuvo la primera atractiva sorpresa.
Descontando la calidez humana encontrada; las minas de piedras preciosas: cuarzos, amatistas, lapislázuli, ágatas… ya merecía el viaje.
Una guía especializada contaba con frescura y amabilidad, la historia del descubrimiento de esa riqueza. Materia que hoy luce de distintas maneras y formas que deslumbran con su belleza y creatividad.
Esta ha sido una parada no sólo para conocer, contemplar el paisaje de sierras, llanuras y vegetación abundante, sino también como una suerte de descanso para tan largo viaje.
En la siguiente parada nos recibe el fastuoso natural Parque de Aves.

Fauna y flora son nuestras anfitrionas.

Las más diversas especies; muchas de ellas protegidas por estar en peligro de extinción. Perfectos senderos señalizados nos indican el camino de ingreso, recorrido y salida. Muy importante respetarlo, para no perderse en un laberinto verde y animado, donde los sonidos de loros, monos, gallinetas, tucanes, pájaros diversos, y una exquisita frescura de árboles, helechos, plantas tropicales y flores exuberantemente bellas hacen del trayecto un lugar para quedarse.
Todo está cronometrado, medido, ordenado, vigilado. Es admirable la aceptación del público por las normas allí marcadas; es que la prolijidad y sistematización del Parque impone por sí mismo su respeto. No podría ser de otra manera, teniendo en cuenta los miles de visitantes de todo el mundo que llegan por día, y para los cuales, según la nacionalidad, operan los guías acompañándolos en su idioma.
Tras el refrigerio que se puede tomar al final del recorrido, no sin antes, conversar con los loros, especialmente entrenados, saludarles y llevarse la fotografía de recuerdo, se llega al Hotel en Foz de IGUAZU, Paraguay.

Día de las Cataratas

Desde muy temprano a la mañana, (el calor hace estragos en esa zona de Sudamérica), nos dirigimos hacia nuestro destino: Las Cataratas del IGUAZU.
Primeramente, y con múltiples recomendaciones (imposible no cumplir por la propia seguridad personal) ingresamos a las Cataratas Argentinas.
Senderos sinuosos, frescos, de intenso follaje y verdor, del Parque Nacional muestran la biodiversidad de esta extensa y rica superficie de más de sesenta mil hectáreas, incluyendo las Reservas Nacionales.
Mucho me impresionaba apreciar el cuidado meticuloso de preservación que se constata, tanto con las variedades de especies de flora y fauna existentes como de la estética y mantenimiento. Cientos de obreros se desplazan por el área con sus diferentes funciones; desde jardineros, guías, cuidadores, vigilantes y servicios de traslados. 
Varios kilómetros en un “tren ecológico” se recorren hasta llegar al comienzo del tramo de la plataforma de ingreso a las propias Cataratas. Se caminan varios kilómetros por andenes, perfectamente construidos en hierro, aluminio y madera, mantenidos como si los hubiesen colocados el día anterior, los que llevan al mirador de donde se verán los 275 saltos de agua que desde 80 metros de altura caen con 1.500 metros cúbicos por segundo. 

Impresionante.

El salto de la denominada ” Garganta del Diablo” es el más alto y el de mayor caudal. Se puede llegar hasta él en barcazas conocidas como “gomeros”, constituyendo una experiencia alta en adrenalina, pero de poca visibilidad dado el impacto al rostro y cuerpo en general de ese impetuoso torrente de agua.
Aún, cuando les escribo, puedo escuchar el sonido que como espumas de algodón helado se desploman cayendo con una intensidad y fuerza lejos de todo potencial humano.
En ese instante comencé a comprender porque estaba ahí. Mirando ese fenómeno majestuoso de la naturaleza comprendí lo que me hubiese perdido de no visitarles.
Un fenómeno que a pesar de los miles y miles que llegan, preservan su esencia en su real dimensión. Ahí, la mano del Hombre ha sido sensata, inteligente, respetuosa de esa virtuosa magnificencia.
Desde diferentes ángulos se les puede observar. Desde cualquier punto elegido, se podrán maravillar. La fuerza del agua y su sonido disipa cualquier otro. 
Uno queda extasiado y a la vez exultante. Las Cataratas no parecen una realidad. No siento que eso sea verdad. Pero lo son. Allí poderosas están.
Debemos caminar más… en total son alrededor de ocho kilómetros. Hace mucho calor. No todos llegan a culminar el recorrido. Igualmente quedarse en uno de los puntos, significa descansar un poco y seguir disfrutando del entorno natural.
Es lo que resolví.
Pero resultó que el que no resistió la tentación fue un coamati que presto se tiró sobre mis empanadas recién servidas y me las sustrajo, no sin dejar huellas y mi mano dolorida. La atención sanitaria del Parque fue instantánea.
Es que la mordedura de este animal puede resultar mortal; esa es una de las insistentes recomendaciones que se hacen al ingresar al lugar. 
Felizmente mi mano sólo sufrió el impacto del golpe.
Un detalle nada menor de la conciencia de un buen nivel de servicio turístico quedó demostrado, al recibir la atención debida de los Guardaparques y su servicio sanitario, así como (para mi sorpresa) la restitución de las empanadas argentinas (famosas por su exquisitez) por parte del refrigerio. Una experiencia que no se da en todos los sitios. Hubo una atenta y justa actitud.

Llega la pausa.

Al siguiente día… veremos las Cataratas brasileñas. Se cruza frontera. Una incomodidad que el Mercosur no termina de solucionar. Todos debemos hacer Aduana. Ello conlleva demoras, esperas y retrasos. La solución: madrugar.
Así se hizo. Es lo que aconsejo.
La aventura es segura. No sólo continuaremos sorprendiéndonos, bajando escaleras, subiendo… sino impresionándonos por los efectos visuales que esos torrentes de agua producen con la luz del sol, nubes, y brisa del agua misma. Sin contar cuando se tiene la suerte de divisar un arco iris entre ellas mismas. ¡Lo mayor!
Ello no es todo. Ver el espectáculo de luna llena dentro del Parque de las Cataratas: “sublime”.
Hay fenómenos de la naturaleza que restan palabras; dar con el sentir justo de estar frente a esta colosal manifestación de la naturaleza, es al menos para mí, casi imposible. La grandiosidad es inconmensurable.
He aquí la profunda contradicción. Ante tanta inmensidad y belleza, los humanos nos empequeñecemos. Cuesta elaborar mentalmente las sensaciones que este caudal de agua de una fuerza gigantesca provoca. Creo que sólo con el transcurrir del tiempo he podido atesorarlas. Es como si ellas se apoderaran de nosotros, es como si nos fagocitaran. Es muy extraño.
Uno se maravilla y al mismo tiempo siente que no estuvo ahí.
Todo este tiempo he pensado que ello se debe a la estricta organización existente para que este sitio Patrimonio Natural sea conservado. El visitante está siendo siempre guiado. El control, el ritmo, los tiempos, todo es impuesto. Por tanto, el paseo no es del todo libre. Lo es cuando nos ubicamos en los miradores; únicamente allí o si elegimos una parada para comer.
Siento que esa formalidad sumada al impacto visual y auditivo deja perplejo a quien se aprecie de encontrar en las Cataratas del Iguazú un altar mayor para venerar.

Igualmente es inolvidable.

Miles de imágenes pasan por mi mente cuando esto escribo. Todas ellas de una bendita naturaleza; esa misma que debemos cuidar, amar, preservar y respetar.
La visita a Cataratas del Iguazú es una demostración de ello.
 Graciela Bacino.
30/4/18
Publicado en colaboración con www.lamirillacontenidos.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario